domingo, 10 de diciembre de 2006

Hungría 1956

Hungría 1956

Erich Lessing, el fotógrafo de la Guerra Fría, relata la siguiente anécdota:

“En mayo o junio de 1956 no tenía mucho que hacer, ni ninguna cita pendiente. Así que me fui a Mátra y me hospedé allí en un hotel. El sábado a las siete de la mañana sonó el teléfono en mi habitación. Nadie sabía que estaba allí, así que debía ser un error. Al teléfono estaba el secretario de Péter Várkonyi (que luego sería director de Prensa con el fusilado Imre Nagy). Me dijo: “Hoy ofrece el obispo Grosz de Kolocsa una rueda de prensa, ya que ha sido liberado de la cárcel. Sólo quería informarle. Las autoridades húngaras sabía que estaba allí”

En el respaldo del asiento hay pintado un número trece. El hombre que se sienta en él tiene su cuerpo inclinado hacia delante. La sala, parecida a la de un teatro, está repleta. El hombre del asiento 13 tiene gafas y habla con otro que está frente a él, los separa un banco de madera que parece un espejo. Casi la única diferencia entre ellos es que el hombre del asiento 13 no padece alopecia; bueno y que es Georg Lucácks. ¡Nada que ver con la Guerra de las Galaxias, por cierto! La foto de Lessing nos muestra el Club de Oficiales de Budapest a rebosar. Allí se reunió el círculo de Petöfi. Espontáneamente se discutía sobre la falta de libertad de prensa en Hungría. Narra Lessing las dificultades que tuvo para entrar allí; sólo gracias a András Hagedüs, joven docente de la Universidad de Budapest, podemos disfrutar de las excelentes fotos de Lessing. Hagedüs subió a la tribuna y preguntó (casi retóricamente): “Queremos hablar sobre liberalismo, sobre libertad, sobre libertad de prensa y, sin embargo, no permitimos la entrada a fotógrafos?! Os deberíais avergonzar"

Gracias a esa frase afortunada, podemos ver a Lucácks sentado en el asiento número 13 de la sala de oficiales. Gracias a esa frase afortunada, podemos ver un auténtico acto (con voluntad e intención) de construcción de la opinión pública. ¡Así que nadie venga ahora a contarme que la revolución del 56 en Hungría fue una revolución de la derecha o del centro centrado a lo Giddens! (Cesar Vidal & Co). El término Petöfi posee una genealogía interesante: Sändor Petöfi recitó desde las escalera del Magyar Nemzeti Múzeum el 15 de marzo de 1848 su poema “Talpra Magyar” “A ello, magiares, la patria os llama a elegir entre la esclavitud y la libertad”. Ésta sirvió como símbolo de la revolución de su país.

Desgraciadamente, la revolución de 1956 tuvo éxito sólo por unos días. Los tanques rusos destrozaron algunos edificios; a pesar de las fotos del centro de la ciudad, los tanques fueron realmente crueles en las afueras . Los tanques no diferencian nada, ni siquiera que en un edificio sea un hospital. La revolución fue cruel y sangrienta o, mejor dicho, disponemos de fotos crueles y sangrientas:

La acera está adoquinada tan sólo en el estrecho escalón que la separa del asfalto, de la calzada. El ribete de adoquín parece hacer las veces de un muro elevado, una zona franca en la que la muchedumbre, en forma de cola, espera el reparto de pan. Sólo unos pocos se atreven a bajar a la calzada. No es miedo al tráfico lo que los mantiene agrupados en la acera. Una montaña de chatarra sobre el asfalto deja imaginarse la silueta de los restos de la carrocería de un tanque. . Al final de la cola, dos mujeres miran abajo, al abismo, al cuerpo (a lo que queda bajo la cal y oculto tras un trozo de chapa metálica) de un soldado ruso. Una de las mujeres señala con su índice el cuerpo, la otra mira, y el resto esperan el pan….les esperan, días después, los tanques rusos, que llenaron las calles de cuerpos emblanquecidos. De estos Lessing no nos ofrece fotos. Quizás la revista Life no tenía más interés en el blanco. Simple y razonablemente, Lessing se puso a salvo al otro lado de la frontera. Ante el rumor de la llegada de los soldados rusos, viajó con su coche hacía la frontera ucraniana y vio los tanques avanzando lentamente. Tuvo tiempo de volver a su hotel, al Duna, y que lo tomaran por loco, cuando aviso a los otros periodistas---Chrusschtschow había tomado una decisión al viejo estilo de Koba…

Las cifras que es lo que parece interesar en estos casos:

2740 muertos
25.000 presos
200.000 huidos. Sobre estos últimos un par de reflexiones.

Llama la atención la publicidad que se le ha dado a la acogida que, primero, los austriacos y, luego, los americanos ofrecieron a los húngaros. Parece que los refugiados políticos tienen sólo derecho a la solidaridad cuando provenían de los regímenes comunistas. Sin embrago, cuando el telón no es de acero sino de agua, cuando no se trata de derechos liberales sino meramente de necesidades económicas, la justificación, la solidaridad se diluye.

Y dos. La acogida que los austriacos ofrecieron a los húngaros contrasta con las políticas del Sr, Haider, ahora reencarnado en la figura de Peter Westenthaler (o lo he escrito incorrectamente: Neander-thaler) BZÖ (http://www.bzoe.at/home) y de Strache FPÖ (http://www.fpoe.at/): un 11% de la población les ha votado; los mismos que cuando Christoph Schlingensief montó su performace en Viena “Bitte liebt Österreich” (http://www.schlingensief.com/index_ger.html)
se llevaban las manos a la cabeza y afirmaban: “Nosotros siempre hemos querido a los extranjeros. Una vez aceptamos la entrada de 200.000 húngaros”. Lo que no dicen es que en Austria sólo se quedaron apenas unos 14.000 y que, por supuesto, los húngaros eran víctimas del comunismo y no del capitalismo.

Fraga, la Paz, las calles..

“Disquisiciones filosóficas”

Para los que no entienden (ni quieren entender de disquisiciones filosóficas, por ejemplo, aquellos que fundan una Cátedra con el Nombre Manuel Fraga o le quieren dedicar una calle en Almería)

1.- 31 de mayo de 1937, el Deutschland y otros navíos de la armada “amiga” (la alemana) se sitúan frente a la costa almeriense “y disparan doscientos cañonazos contra la población civil. Total: 39 muertos, más de un centenar de heridos y decenas de casas en ruinas”. (Manuel Tuñon de Lara. La España del siglo XX, Vol III, p. 685).
2.- “Existieron 190 campos de concentración por los que pasaron entre 367.000 y 500.000 prisioneros de guerra”, Beevor se refiere, por cierto, a España. (Anthony Beevor, La Guerra Civil Española, 2005, p. 612).
3.- “La campaña de los “veinticinco años de paz” la gestó un imaginero, un hombre de cultura y no un espíritu castrense, un hombre conocedor de los medios de comunicación modernos y de su funcionamiento en la Europa capitalista de la época. Éste fue Fraga Iribarne….Fraga supo introducir una mayor sutileza en la manipulación de la televisión, la prensa, las artes, las exposiciones, la radio, el cine, etc” (Rafael R Tranche y Vicente Sánchez- Biosca, NO-DO. El tiempo y la memoria, 2002, p. 428).
4.- “La piedra de toque de la grandeza de Francisco Franco ha sido advenir a la política española cuando el Estado había dimitido de sus augustas funciones de ordenación social…” Fraga Iribarne (firma como) “Ministro de información y Turismo. Presidente de la Junta Interministerial de la conmemoración del XXV Aniversario de la Paz Española” Prólogo al Pensamiento político de Franco, Servicio informativo Español, 1964. p. XI.

¿Qué clase de paz se estaba celebrando en 1964?¿La de las fosas comunes y los cementerios?¿La impuesta por acciones como las del Deutschland? ¿La que encontró Julián Grimau, que fue tratado, según Fraga, “con exquisita delicadeza”? ¿La del silencio del que habla Michel Foucault cuando vino a España en los últimos años de la dictadura? ¿Es una broma pesada la iniciativa del Señor Alcalde? En España, cuando Fraga era ministro, no había más que ficciones de libertad.

En un lugar cercano a Madrid, en 1964, se rodaba la película de David Leans “Doktor Schiwago”, cuando una masa de personas empezó a cantar la Internacional, apareció la policía, pues pensaban que se trataba de una auténtica actividad política. Luego la escena se rodó otra vez por la noche, la gente en las casas vecinas empezaron a festejarlo y a bailar en la calle, pues creían que Franco había muerto”, (Slavoj Žižek, Körperlose Organe, Suhrkamp, 2005, p.10).

AVIONES Y FLEMA BRITÁNICA

Apenas hace un año, en el aeropuerto de Viena, mi compañera “increpaba” a la policía con su refresco: ¿Cómo es posible que dentro de este refresco (algo rosa y peguntoso) no pueda esconder explosivos? La respuesta del policía, completamente convencido de lo que decía, fue que para construir un explosivo son necesarias cinco cosas. A continuación nos recito una lista aprendida de memoria.

Hace unos días en el Aeropuerto de Edimburgo, la situación era completamente distinta. No dejaban pasar ni una botella de agua mineral. Policías con dedos en el gatillo del fusil vigilaban por todas partes. Hoy, en el Reino Unido, no queda nada de su famosa flema: basta bajar la mirada ante un controlador de aduanas (por cierto: ¿Qué era eso de la libertad de circulación en la Unión Europea’) y llevar barba de tres días para que te entretengan un buen rato. Incluso hacer un picnic a menos de un kilómetro del Parlamento, te puede conducir, por cierto tiempo, a la cárcel, y es que, en el país que tanto lucho por las libertades civiles, las manifestaciones en este área han quedado prohibidas. Así que nada de flema británica, como se empeñaba en acentuar The Guardian en la conmeración del 7 de julio (Jonathan Freedland, The Guardian, viernes 7 de Julio, Suplemento: And life went on). “Lodon underground carried on” no aparecerá escrito en las paredes del metro, como sucedió tras la II Guerra Mundial. Nada está igual; éste me parece un pueblo aterrorizado e histérico.

Pero sigamos con los aviones. El aeropuerto de Edimburgo, pocos días después de la alarma por los explosivos líquidos, como decía, parecía una auténtica fortaleza. Pero era una mera apariencia. Realmente en los aeropuertos en sí no hay control ninguno. De hecho, en mi mochila llevaba una navaja suiza, y nadie me preguntó por ella, ni siquiera los policías con sus dedos en los gatillos. Sólo es una apariencia de vigilancia; un intento de establecer la seguridad, un conjunto de espejos convexos, descascarillados, vestidos de trajes oscuros que no son controlados por nadie o por alguien al otro lado del “pinganillo” −lo que, al fin y al cabo, es lo mismo−. El control, la vigilancia empieza en el avión; dentro de la máquina. Fuera, en las salas de embarque, si alguien se empeña en trasportar amonal en vez de navajas suizas, da lo mismo. Es ridículo, completamente estúpido, pues en esas salas hay cientos de veces las personas que se embarcan en un avión. Puestos a pensar como un terrorista (si es que esto es posible) el asunto es mucho más fácil: sin controles y con más víctimas potenciales.
Pero el control se ejerce sobre el avión. Un espacio cerrado con una breve historia y, sobre todo, con una historia reciente muy concreta (por ejemplo Pearl Harbor, como explica Tom Engelahardt en un excelente artículo en Lettre Internatioanal, Herbst 2006, p. 7 yss). Lo que se estrelló contra los torres gemelas no eran “salas de embarque” repletas de gente, ni campos de refugiados, ni de fútbol sino aviones raptados a punta de “cutter”; esa cuchillita tan bien afilada que utilizábamos cuando niños para cortar la cartulina. Un contraste un tanto extraño: una máquina con tanta tecnología gobernada por el arte de un objeto tan sencillo. Y lo que es el colmo del surrealismo: un cutter que pone en tela de juicio todo un imperio (económico, ideológico, etc). Ni Don Quijote se hubiera amilanado ante arma tan mortífera; pero el hombre de hoy, sí; permaneció en su asiento por miedo a los cortes. Y claro, estas cosas no se pueden repetir: hay que controlar los aviones; ellos ya han puesto en tela de juicio todo el sistema de seguridad. Eso no se puede olvidar.