sábado, 9 de diciembre de 2006

Despido ideológico
Hace algunos años, cuando fui a comprar mi coche, una vez firmado el préstamo, el director de la “entidad” bancaria, “La Caixa” me dijo que tenía que firmar un seguro de vida. Ingenuo de mí, pregunté quién era el beneficiario y por qué razón no me lo había dicho antes de firmar el maldito préstamo. Lo increíble del caso es cómo el director del banco tenía asumida una forma determinada de argumentar y veía a la “entidad” casi como su familia (la Familia). No sólo estaba vendiendo productos financieros, sino que creía en la bondad de lo que hacía. A esto se le podría llamar “vocación ideológica”, que, por supuesto, en el caso de un director de banco, resulta patética. El problema es que, posiblemente, sin esas ideas no hubiera llegado a ser nunca director de banco. Es decir, las empresas nos contratan, a menudo, no por realizar bien nuestro trabajo sino por creer en él. Supongamos, en cambio, que este señor hubiera argumentado de otro modo: “El banco sólo quiere tu dinero y tú quieres el coche; pero que sepas que te están utilizando. Te aconsejaría que leyeras el informe Blanckburn que aparece en la New Left Review”. Este señor no podría ser despedido por afirmar algo así, sino porque sus cuota de clientes bajará. No es lícito que nadie nos diga lo que debemos pensar dentro o fuera de nuestro centro laboral. Justo lo contrario es lo que sucede con la enseñanza de religión en este país, y con la existencia de centro privados con un “ideario” establecido. Peor aún, cuando estos idearios son financiados con dinero público. Sobre los derechos subjetivos de los colectivos, sobre el derecho de opinión de un sujeto colectivo (confesión o partido político) me dan ataques de risa. Se basan en la teoría de la representación, dicho en palabras de un insigne jurista del XIX, Jhering, es como pensar que alguien se toma una medicina por nosotros y nos hace efecto. Las confesiones religiosas son ficciones jurídicas, entidades. Los derechos de las personas individuales (sobre todo los fundamentales) deben quedar garantizados frente a ellos, no a su merced.